El ukiyo-e
La palabra ukiyo-e puede traducirse por la expresión «imágenes del mundo flotante». Evoca un conjunto de pinturas y estampas realizadas durante el período Edo (1603-1867) por numerosos artistas provenientes de diversas escuelas. En su origen, ukiyo era un término utilizado dentro del budismo para expresar la impermanencia del mundo. Su sentido evoluciona hacia un énfasis en el hedonismo, en particular, en la novela de Asai Ryōi (?-1691) Cuentos del mundo flotante.
Esta forma de ver la vida propia de la cultura Edo no tardó en encontrar su traducción en el arte. Los inicios del movimiento toman forma en los lujosos biombos del siglo xvii que describen las ciudades y sus ocupantes, los barrios de los teatros y de la prostitución, los festivales anuales con una multitud abigarrada, alegre y popular. Iwasa Matabei (1578-1650), pintor de biombos, es considerado el fundador del ukiyo-e.
Poco a poco, los pintores se van alejando de la descripción de la ciudad para centrarse en los personajes femeninos. Ponen de relieve la belleza de las telas, los tocados y la gracia de los modelos, creando así un nuevo género de pintura. Entre ellos, Hishikawa Moronobu (?-1694) fue el primero en producir estampas en hojas separadas para responder al gusto, pero también a los recursos financieros, de los habitantes de la capital. ¡Así nacieron las estampas del ukiyo-e!
En su origen realizadas simplemente con tinta negra, en ocasiones coloreadas con pincel de un color anaranjado, las estampas evolucionan con la introducción del rojo, y luego de la laca negra. La aparición de las muescas (kentō) a mediados del siglo xviii posibilita la impresión de varios colores en una misma estampa, abriendo paso a la creación de las estampas polícromas, conocidas como «brocadas» (nishiki-e). Suzuki Harunobu fue el artífice de este invento en 1765. Si bien las primeras estampas polícromas eran onerosas, muy pronto los editores comprenden el interés de estas imágenes de rápida producción, susceptibles de convertirse en un codiciado artículo de consumo. Surgen entonces numerosos talleres de fabricación, y poderosas casas editoriales en continua búsqueda de temas y pintores. Dos de las más importantes son la de Tsuta-ya Jūzaburō (1750-1797), descubridor de Utamaro y de Sharaku, y por supuesto, la de Nishimura-ya Yohachi, el editor de las Treinta y seis vistas del monte Fuji de Hokusai. Con todo, deben contemporizar con la censura del régimen que, desde 1790, impone un control estricto imprimiendo un sello en las estampas.