Hokusai y el monte Fuji

El monte Fuji es un volcán que se eleva a 3.773 metros de altitud sobre una llanura rodeada de cinco grandes lagos. Su última erupción data de 1707. Se trata de la montaña más alta de Japón y una de las tres montañas sagradas del país, junto a los montes Tate y Haku. Venerado como símbolo de la inmortalidad, el monte Fuji, de forma cónica casi perfecta, cubierto de nieve en invierno, ha inspirado a numerosos artistas, escritores, poetas, pintores, entre ellos los del ukiyo-e. Si su forma, al principio, es un simple pretexto para el segundo plano de las escenas o retratos, la montaña sagrada se convierte con Hokusai en un tema en sí mismo.

La atracción de Hokusai por el monte Fuji debe ser puesta en relación con el desarrollo, durante el siglo xviii, del culto sintoísta a la montaña, en especial gracias a asociaciones (fujikō) que atraen a un número creciente de adeptos y peregrinos, y que favorecen su ascensión. El monte Fuji, cuya cumbre supuestamente encierra un elixir de inmortalidad, se vuelve objeto de culto, y las imágenes que lo representan, una protección para sus propietarios. Independientemente de la calidad artística de los grabados de Hokusai, fue el carácter propiciatorio de estas imágenes el que provocó el éxito inmediato de la serie de las Treinta y seis vistas. Reflejando su voluntad de identificarse con la montaña sagrada, Hokusai, en sus últimos años de vida, asocia un sello rojo con la forma del volcán a su firma Manji, cuyo carácter en forma de esvástica es un símbolo budista, promesa de longevidad.

El primer día del año 1849, un día fasto, Hokusai ejecuta una de sus últimas pinturas, titulada Dragón ascendiendo el Fuji. Más allá del profundo apego, evidente, del pintor por el monte Fuji, ¿no habría que ver en esta obra, con la representación del dragón y de su vuelo hacia horizontes celestiales, la imagen misma de Hokusai en la búsqueda absoluta de su arte?

«Hokusai no dejaba nada librado al azar; tenía el mundo entero en su cabeza, y lo que veía, lo reconocía. El Fuji era él, era su medida de eternidad, de sol y de tormenta […]. Murió en 1849 a los 89 años de edad. Hoy vive en el Fuji.» Nelly Delay, Les Cent vues du mont Fuji, Hazan, 2008

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