La gran ola

La obra Bajo una ola en altamar en Kanagawa, comúnmente llamada «La gran ola», es la decimosexta estampa realizada por Hokusai en 1831 para la serie Treinta y seis vistas del monte Fuji. Se cuenta entre las obras maestras del artista. Si bien se desconoce el número exacto de ejemplares editados, en la actualidad se conservan un centenar de pruebas de las primeras impresiones realizadas en vida del artista. En 1842, su precio era de 16 mon, el equivalente a dos tazones de fideos.

La lectura de la escena parece sencilla: frágiles esquifes transportan por mar el pescado –principalmente bonito– desde las aldeas de pescadores de las penínsulas de Izu y Bōsō hacia los mercados de la bahía de Edo. Enfrentan una inmensa ola que está a punto de tragarlos. A lo lejos se divisa el monte Fuji nevado. Como lo indica el nombre de la serie, se trata, antes que nada, de un retrato de la montaña sagrada.

Esta imagen decorativa parece remitir a un Japón eterno. Emplea un procedimiento clásico del arte asiático, al oponer el dinamismo del primer plano a la calma del plano de fondo. Pero, sobre todo, evoca la fragilidad y la pequeñez de los hombres frente a los elementos desencadenados, a diferencia del monte Fuji, que permanece invencible, imperturbable y eterno.

¿Cabe otra lectura de esta imagen? ¿Acaso evoca la inestabilidad y la incertidumbre propias de la época de su creación? Japón, cerrado desde hace más de dos siglos a los extranjeros, soporta desde comienzos del siglo xix la presión creciente de Occidente para que abra sus fronteras. El mundo de Edo pronto va a cambiar y la apertura del país, forzada por el comodoro norteamericano Perry en 1853 y 1854, está a punto de provocar cambios irreversibles. ¿Fue este presentimiento el que los contemporáneos de Hokusai percibieron en «La gran ola» y el que determinó su éxito inmediato?

¿La interpretaron como una muralla que protegía Japón? Porque si la obra puede reflejar el final de una época, también está relacionada con los comienzos de la apertura del país. El motivo de la ola puede expresar la atracción por lo lejano, por nuevos horizontes posiblemente peligrosos que, en adelante, habrá que enfrentar… ¿Vieron en ella una nota de esperanza, teniendo en cuenta que la llegada de los primeros bonitos del año a las lonjas de la capital oriental era sinónimo de buen augurio? Difícil elegir entre estas distintas interpretaciones.

«La gran ola» es una obra híbrida. En la quintaesencia de la estética japonesa, hace uso de dispositivos puramente occidentales, como la perspectiva lineal y el azul de Prusia, pigmento sintético importado masivamente a partir de la década de 1820. Refleja, pues, un tiempo en el que ya nada puede concebirse sin el Otro. No solo es una mirada sobre la fragilidad del destino humano, sino que su dimensión sincrética le confiere un carácter universal que llega a todos por igual, más allá del tiempo y las fronteras. La convierte en un icono global, como la sonrisa de la Mona Lisa de Leonardo da Vinci o el dedo de Dios en la Capilla Sixtina pintada por Miguel Ángel.